Desde sus inicios, el valor de las medallas obtenidas por los ganadores de Juegos Olímpicos han tenido un valor emocional por encima del económico, pero a estas alturas de la competencia el precio que cuesta fabricar estos metales ha sonado hasta cómico sabiendo lo que representan.
Si bien cuando nació esta justa se premiaba a los ganadores con la presea de plata y al segundo lugar con una de bronce, las cosas no han cambiado mucho en la actualidad, ya que la composición de esta moneda no lleva mucho oro al fundirla en su totalidad.
La medalla de primer lugar de Londres 2012 está diseñada con 92.5 por ciento de plata, 6.16 de cobre y apenas un 1.34 por ciento de oro, la cual asciende a un precio de fabricación de 700 dólares por cada pieza.
Para el segundo lugar se entregan preseas hechas de 93 por ciento de plata y otro 7 por ciento de cobre, las cuales tendría un precio de 355 dólares por su manufactura.
Y la que suena de broma es la de bronce que ganan los atletas en tercera posición, ya que con 5 dólares por el 0.5 por ciento de estaño, 2.5 de zinc y 97 por ciento de cobre, la presea de un medallista está lista para colgar de su cuello.
Se han dado casos particulares de atletas que venden o subastan sus metales al mejor postor, no tanto la composición de la misma sino por la forma en que se consiguió.
Como ejemplo tenemos el oro de Mark Wells, de hockey sobre hielo de Estados Unidos en 1980, que recabó 310 mil dólares en una subasta; o la del nadador Anthony Ervin, que subastó su oro en 17 mil dólares para las víctimas del tsunami en 2004.
Dicen que no todo lo que brilla es oro, pero en realidad las medallas son valiosas por el esfuerzo que costaron más que por lo que se invirtió para fabricarlas.