Siempre es bienvenida una invitación a un festival de cine, sea de quien venga o el que sea que organice el encuentro fílmico, ya que una vez asistiendo a una magna celebración del séptimo arte, no hay marcha atrás, uno se enamora más de los reflectores, la cercanía con la industria y claro, la fiesta que hay detrás, después y al término del día.
Pero entre las sonrisas, los vestidos de coctel, las alfombras rojas y el glamour, al finalizar hay algo que asalta la conciencia, que se busca ignorar y termina por volverse duda más que afirmación: ¿Qué pasa con el público?
Hidalgo Neira