Rara vez nos detenemos a hablar de nuestras faltas o defectos "sin pelos en la lengua".
Pero más raro aún sería que confesáramos o reconociéramos que se nos ha hecho difícil resistirnos a una sonrisa "malévola" cuando nos enteramos, por ejemplo, de la vergüenza por la que pasó alguien que olvidó por completo su discurso en público.
En ocasiones nos hemos llegado a sentir "bien" ante los infortunios ajenos, una realidad que el remordimiento de conciencia o la simple idea de que "está mal" o "anormal" nos impediría confesar.
Eugenia Rodríguez