Los tatuajes son hermosos. Son crudos. Duelen. Son declaraciones de protesta, de política, de belleza, de religión, de luto, de odio, de amor, de fe, o quizá, nada más son un acto nostálgico por preservar la propia memoria.
El tatuaje se puede observar como un acto que pretende singularizar a unas personas de otras. Pero, para entender mejor el rol del tatuaje en el seno de la sociedad y el valor que otorga a unas personas –y que no otorga a otras–, va a depender de la geografía de este fenómeno social.
Andrea Montes Renaud