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¿Una ralentización económica permanente?

WASHINGTON – Podría compararse la economía norteamericana con alguien que se está recuperando de una enfermedad seria. Al principio, todos tienen la esperanza de que el paciente vuelva a la normalidad. Después, uno se da cuenta, gradualmente, de que el paciente sufrió daños permanentes y nunca será el mismo. Quizás eso esté ocurriendo con la economía. Desde la Gran Recesión, la premisa (a menudo no verbalizada) ha sido que la economía, al final, se recuperará plenamente.

WASHINGTON – Podría compararse la economía norteamericana con alguien que se está recuperando de una enfermedad seria. Al principio, todos tienen la esperanza de que el paciente vuelva a la normalidad. Después, uno se da cuenta, gradualmente, de que el paciente sufrió daños permanentes y nunca será el mismo. Quizás eso esté ocurriendo con la economía. Desde la Gran Recesión, la premisa (a menudo no verbalizada) ha sido que la economía, al final, se recuperará plenamente. Ahora, algunos economistas están cuestionando esa idea y sostienen que la crisis económica creó, o expuso, debilidades persistentes. Aunque esté produciendo a “plena capacidad”, la economía crecerá más lentamente que en el pasado o que lo que se ha esperado. 

Si eso es cierto, no indica nada bueno. El crecimiento económico sirve de lubricante político y social. Logra que los objetivos públicos y privados sean más asequibles y alcanzables. Un crecimiento más lento reduciría los avances en el estándar de vida. Dificultaría la reducción del presupuesto sin aumentos fiscales. Podría amenazar con problemas inflacionarios, cuando la economía alcanzara su producción máxima antes de lograr el “pleno empleo” a, digamos, un 5 por ciento de desempleo. Eso complicaría la estrategia de la Reserva Federal. 

Para ser justos, no hay consenso. Un prominente economista en desacuerdo es Mark Zandi, de Moody’s Analytics. En su testimonio ante el Congreso, Zandi dijo que espera que el crecimiento económico se acelere en 2014 a un 3 por ciento, y a un 4 por ciento en 2015. Gastos mayores en vivienda, plantas y equipos comerciales fortalecerán el crecimiento, dijo Zandi. Las condiciones financieras son favorables. Las familias han pagado sus deudas; los bancos están capitalizados. Una vez que la economía mejore, los temores de una ralentización del crecimiento desaparecerán como una “nube pasajera”. 

El pesimismo de los economistas surge de sus proyecciones de un “potencial PIB.” El PIB (producto interno bruto) constituye la producción total de la economía. El PIB potencial es un cálculo de lo que se podría producir cuando todo el que desea un puesto de trabajo lo tiene y cuando las empresas están operando al máximo de su capacidad. Hay dos factores que gobiernan el crecimiento del PIB potencial: el cambio en el número de trabajadores (y el tiempo pasado en el trabajo); y los cambios en la productividad de la mano de obra. Productividad significa “eficiencia” y refleja muchas influencias (tecnología, especialización de los obreros, calidad de la administración). 

El crecimiento potencial del PIB representa el límite de velocidad de la economía cuando está cerca de su capacidad pico. Tratar de crecer más rápidamente, se dice, creará escasez de operarios, productos y servicios —y elevará la inflación. Aún antes de la Gran Recesión, los economistas habían reducido los cálculos del PIB potencial, reflejando la anticipada jubilación de los baby boomers y abandono de la fuerza laboral. Pero las recientes revisiones van más allá de este cambio generalmente previsto. 

Para dar un ejemplo: Los economistas de Morgan Stanley redujeron su cálculo del crecimiento potencial del PIB de un 2.5 por ciento a un 2 por ciento. Se pueden comparar esas cifras con el crecimiento anual real del PBI potencial de 3.2 por ciento entre 1991 y 2001. Esos cambios pueden parecer pequeños, pero son enormes cuando se repiten año tras año. Consideremos el nuevo cálculo del PIB potencial de la Oficina de Presupuesto del Congreso para 2017. El nuevo cálculo reduce el PIB en un 7 por ciento del previo. Eso equivale a 1.5 billones de dólares en jornales, salarios, dividendos e impuestos perdidos. Aunque estas predicciones son sólo estimaciones informadas, cada vez son más pesimistas. 

Las explicaciones posibles abundan. La crisis económica podría haber degradado, para un futuro inmediato, la psicología y mecánica de la economía. El crecimiento de la fuerza laboral ha caído, porque algunos de los desempleados desalentados se jubilan temprano o simplemente dejan de buscar trabajo. Las empresas, por cautela, han reducido sus gastos en inversiones; eso amenaza el crecimiento de la productividad. Otra posibilidad es que la ralentización de la economía se iniciara antes de la crisis, pero que quedara oculta por el estímulo artificial causado por la burbuja crediticia. 

Otras teorías no se relacionan con la crisis. El economista Robert Gordon, de Northwestern University, ha sostenido que, desde comienzos de los años 70, los avances tecnológicos han ido a la zaga y que el auge de Internet de los años 90 fue sólo una breve interrupción. Naturalmente, el crecimiento de la productividad ha sufrido. El economista Edmund Phelps, de la Universidad de Columbia, galardonado con el Premio Nobel, en su libro, “Mass Flourishing”, identifica un choque de valores entre lo que se requiere para un crecimiento económico más rápido y lo que se desea para la seguridad personal. 

“Cada vez más, los procesos de la innovación de una nación —el desorden de la creación, la locura del desarrollo, y los dolorosos cierres,” escribe, se ven como algo “que no estamos dispuestos a soportar más”. 

La cuestión es si la crisis financiera y la Gran Recesión suponen una ruptura significativa con el pasado dinámico de Estados Unidos. Nuestra capacidad de influir la tecnología, las prácticas comerciales y la especialización de los operarios es, como mucho, limitada. ¿O son las bajas expectativas de la actualidad una moda pasajera: una burbuja de pesimismo que se reventará con el primer contacto de un crecimiento económico más veloz? La ralentización en el empleo y la productividad podrían ser consecuencias, no causas, de un crecimiento económico débil. En esta opinión, la reanudación de un crecimiento económico más rápido automáticamente mejoraría ambas cosas. ¿Está el paciente curándose —o las lesiones persistirán? Hay mucho en juego en esa respuesta. 

© 2014, The Washington Post Writers Group    

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