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Política para principiantes

Si algo hay que lamentar de la política a la mexicana es la mezquindad de quienes la hacen mal, aunque hay contadas pero muy contadas excepciones.

No solo quienes se ufanan de tener partido sino ahora también de quienes dicen estar “inmunes” a toda práctica relacionada con ellos.

Lo anterior es una reflexión que surge de un momento anecdótico en donde mientras mi acompañante y yo tomábamos un café, llegó un joven de escasos años vociferando que él había sido elegido para una candidatura ciudadana de un partido: ¡lotería!

Si algo hay que lamentar de la política a la mexicana es la mezquindad de quienes la hacen mal, aunque hay contadas pero muy contadas excepciones.

No solo quienes se ufanan de tener partido sino ahora también de quienes dicen estar “inmunes” a toda práctica relacionada con ellos.

Lo anterior es una reflexión que surge de un momento anecdótico en donde mientras mi acompañante y yo tomábamos un café, llegó un joven de escasos años vociferando que él había sido elegido para una candidatura ciudadana de un partido: ¡lotería!

Pero es que hay algo que también nos caracteriza en nuestra cultura y, que puede echar abajo las expectativas alternativas que se pueden generar por otras opciones electorales que no sean las de siempre.

Es la lucha eterna contra esa manía nuestra de pensar en la política como una carrera individual contra el poder que te da –casi de manera instantánea– poder.

Lo que siguió a la entrada triunfal del nuevo candidato fue todavía una escena para recordar.

Su acompañante, una mujer aparentemente de su misma edad, le reclamaba sin reparos el no tomar en cuenta el riesgo que corre ante “el negocio” de la política.

Afirmaba con el mismo tono de voz que se “iba a quemar” y que él no estaba realmente seguro de poder ganar.

Temores iban y venían en las frases de la chica. Lo peor vino después, mis temores se hicieron realidad.

El candidato ciudadano en lugar de responder sobre lo que puede ofrecer a la ciudadanía, sobre los retos y el equipo que lo respalda, sobre asumir el riesgo por el bien común…  No lo hizo.

Esas no fueron las respuestas. Sino una voz “atorada” y argumentos ensimismados sobre su persona, su carrera política y esa “fantasía” de la mala politiquería de pensar que una sola persona es capaz no solo ganarse la voluntad política de quien los elige sino la confianza automática de la ciudadanía que –también en un supuesto ingenuo– “ya no quiere a los políticos de los partidos”.

Por esa razón me atrevo a escribir esto. Porque si como sociedad estos son los políticos con o sin partido que estamos “produciendo” vaya a usted imaginar lo que nos espera.

Me animo a escribir algunos puntos que considero que son base para renovar la filosofía y visión de quienes van a contender para las elecciones del 2015.

Si no cuenta con estos puntos, pídaselos al menos a Santa Claus o a los Reyes Magos. O ya de plano pidamos el milagrito como última opción.

1. Sea humilde. Ser político no le da “ventaja” sobre nadie. Menos cuando la política del país la pagamos con los impuestos. Claro, tampoco le da “desventaja” bajo nadie. Es decir, si hace bien su trabajo como político merece ser respetado. Por supuesto.

2. Piense que la confianza se gana. No con una buena campaña o publicidad. Todos los días asuma su responsabilidad de ganarse con sus hechos la confianza.

3. Sea usted mismo. No deje que le maquillen o le fabriquen una persona que no existe. Tarde o temprano nos daremos cuenta de quién es realmente, si es que está disfrazando su personalidad.

4.  Respete sus propias ideas. No le tenga miedo al conflicto por lo mismo. Es honesto no estar de acuerdo ni ser popular. Pocos políticos han entendido que nos gusta que nos hablen con la verdad aunque duela.

5. Elija con mucho cuidado a su equipo de trabajo, sus propuestas y narrativas. Estamos cansados de promesas sin cumplir, de que no tengan equipos y que si los tienen no tengan talento y de narrativas de “falsos heroísmos”. Se vale decir “no puedo porque…”, “nos equivocamos”, “los objetivos son cortos pero posibles y medibles”.

Y, seis, déjese de mamonerías como esa de anunciarnos a diestra y siniestra que llegó “el candidato” o la “candidata” que México esperaba, mejor construya el México que espera.

Por cierto, el desenlace de ese encuentro es que mi acompañante salió casi huyendo del lugar. Ni modo, ya no les puedo contar en qué terminó la desafortunada conversación del “candidato ciudadano”.

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