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La gira del perdón

Sebastián Marroquín viaja promoviendo la paz y pidiendo perdón en nombre de su padre.

Marroquín, antes Juan Pablo Escobar, ha expuesto de todas las maneras posibles su invitación a la paz, a la clemencia, a la tolerancia. Hoy lo hace en el libro “Pablo Escobar, mi padre. Las Historias que no deberíamos saber”.

Ha venido a México con una historia cargada de guerra, muerte y traición, porque la analogía que existe aquí con su natal Colombia aún puede ser truncada, así como la admiración que ahora existe entre algunos jóvenes por la figura del narco.

"Lo hice (regresar a Colombia) porque pensaba que la paz era mucho más importante y había que darle permiso a concretar el diálogo con esas familias"
Sebastián Marroquínhijo de Pablo Escobar
"Hay miles de otras víctimas también que tienen dentro de sí un legítimo dolor y espero que no entiendan en la venganza la posibilidad para liberarse de ese dolor, y que vean al perdón como una herramienta mucho más poderosa"
Sebastián Marroquínhijo de Pablo Escobar
"Yo vivo esto como una doble realidad, yo tengo que convivir con la certeza de que mi padre fue un hombre muy bueno con mucha gente de la sociedad en Colombia (…) Y también tengo que convivir con la realidad de que mi padre le hizo mucho daño a otra gente"
https://www.youtube.com/watch?v=kufAqqzTwtU

Sebastián Marroquín viaja promoviendo la paz y pidiendo perdón en nombre de su padre.

Marroquín, antes Juan Pablo Escobar, ha expuesto de todas las maneras posibles su invitación a la paz, a la clemencia, a la tolerancia. Hoy lo hace en el libro “Pablo Escobar, mi padre. Las Historias que no deberíamos saber”.

Ha venido a México con una historia cargada de guerra, muerte y traición, porque la analogía que existe aquí con su natal Colombia aún puede ser truncada, así como la admiración que ahora existe entre algunos jóvenes por la figura del narco.

El hijo de uno de los narcotraficantes más célebres de la historia no hace honor al característico cliché del narcotraficante, no viste de botas y sombrero, tampoco porta llamativas cadenas y esclavas color dorado.

Con paso apresurado y semblante acalorado, Sebastián Marroquín se apersona en el restaurant de un céntrico hotel de Monterrey.

Hombre joven de 38 años, de estatura media, robusto, con cabello ralo, rizado y de color oscuro al igual que su ojos, llega vestido de forma sencilla.

La imagen de Sebastián es como la de cualquier otro ciudadano. Su playera de algodón color negro y su conducta serena nunca habría hecho pensar a los comensales del lugar que frente a ellos estaba el mismísimo hijo de quien fuera uno de los hombres más buscados en la década de los 90.

“Yo ya he hecho (ha pedido) pedir perdón a la humanidad, por las víctimas que dejó mi padre y a cada una de las víctimas las he mirado a los ojos con respeto. 

“Me he acercado con mucho respeto y humildad a pedirles perdón por todos los crímenes que mi padre cometió contra sus familiares y contra ellos”.

Una doble realidad

A lo largo de la historia se ha llegado a mencionar que Pablo Escobar fue responsable de más de 10 mil muertes en Colombia.

Hubo quien se puso contento cuando Pablo Escobar murió a manos de las autoridades en 1993, pero como Sebastián cuenta en su libro, también presenció a miles de colombianos que acudieron a llorarle a su entierro.

“Yo vivo esto como una doble realidad, yo tengo que convivir con la certeza de que mi padre fue un hombre muy bueno con mucha gente de la sociedad en Colombia, sobre todo la gente pobre, la gente abandonada por las clases sociales.

“Y también tengo que convivir con la realidad de que mi padre le hizo mucho daño a otra gente y eso es también cierto y es válido y ese dolor de esa gente, es también víctima y merecen pedirles perdón por esas cuestiones que afectaron sus vidas”, explicó Sebastián.

Sebastián es un buen conversador. Al describir situaciones que rompieron con la única vida que conocía, la del poder y la riqueza, no lo hace con sobresalto, tampoco emana tristeza.

En su libro narra que tras la muerte de Escobar, él, su hermana y su madre, fueron desposeídos por las autoridades y los enemigos de su padre de todas sus pertenencias.

Y si aún tenían algo escondido, la familia de su padre, a quienes Escobar los había encomendado, les timaron hasta el último peso.

Sereno, recuerda: de ser un niño al que le era concedido cualquier deseo, por más excéntrico que pareciese, a sus 16 años se encontró sin dinero y bajo amenazas de muerte por parte de los narcotraficantes.

Con el apoyo de la familia materna, se mudaron a vivir a Argentina, en donde empezaron de cero.

“En un principio nos vivimos con una impresión traumática, nos sentíamos robados, pero hoy que lo miro a perspectiva, lo agradezco. “¿Por qué lo agradezco?, porque yo no tengo que llevar a cuestas una fortuna mal habida por la que tendría que salir a responder hoy día”.

Fue una reinvención, una revaluación de las posesiones y actitudes.

Sebastián inició sus estudios de diseñador industrial. 

Llegó a ser el mejor alumno, lo que le valió para ser contratado como maestro. Después concluyó la carrera de Arquitectura.

Parece irónico cuando Sebastián, el hijo que llegó a tener una fortuna estimada en 30 mil millones de dólares, comenta que entonces la vida les sonrió de nuevo porque en Argentina estudiaba y podía trabajar para pagar el alquiler del domicilio en donde vivía. 

El odio que no prescribe

Pese al ultimátum impuesto por narcotraficantes, que habían puesto precio a su cabeza si se atrevía a regresar, tras 14 años de exilio, retornó al País en donde nació y murió su padre. 

Lo hizo en pro de la paz, para reunirse con la familia de Rodrigo Lara Bonilla, ministro de justicia colombiano y asesinado por sicarios de Escobar y de Luis Carlos Galán, quien fuera candidato a la presidencia, también ultimado por matones del narcotraficante.

“Lo hice (regresar a Colombia) porque pensaba que la paz era mucho más importante y había que darle permiso a concretar el diálogo con esas familias.

“Me arriesgué para hacerlo y estoy contento de haberlo hecho, porque pienso que quedó un mensaje muy positivo para la sociedad, muy sanador y a través del ejemplo, no del discurso ni de las historias, a través de cuentos reales, no de hechos violentos que generaron mucho dolor en muchas familias, y a través de cuentos reales de reconciliación que también nos han dado el permiso para la paz”, dijo.

Tomó todas las precauciones porque las amenazas no prescriben, asegura Sebastián. 

Y es enfático al asegurar que tristemente hay muchos odios que no prescriben y su padre fue un gran generador de extremas pasiones en Colombia, tanto en el lado de los afectos, como en el lado de los odios.

“Y mínimo hay 500 familias de policías asesinados en un mes en la ciudad de Medellín, cuando mi padre dio la orden de desterrar a la policía de la ciudad. 

“Así que como ellos, hay miles de otras víctimas también, o centenares, que tienen dentro de sí un legítimo dolor y espero que no entiendan en la venganza como la posibilidad para liberarse de ese dolor y que vean al perdón como una herramienta mucho más poderosa”.

Hablando de perdón, ¿perdonaste a la familia de tu padre?

“Sí, desde siempre, desde lo que nos han hecho, cada que me hacen un daño, más tardan en hacérmelo, que en yo, perdonarlos. Porque yo no me quiero llenar de rencores, no me explico los motivos porqué ellos nos atacan de manera permanente”.

Según describe Sebastián, durante el último año de vida de su padre, su gran amistad se reforzó, cuando pasaban los días ocultos en la Casa Azul o en lo que en Colombia se llama “Caletas” o escondites. Le contó prácticamente la totalidad de sus crímenes.

También le señaló algunos lugares en donde tenía guardados miles de dólares, para que Sebastián pudiera echar mano de ellos, en caso de que algo le pasara.

Después de su muerte quiso recuperar ese dinero, pero la familia paterna lo hurtó y nunca volvió a ver la fortuna de su padre.

Fue su propio padre quien le contó a la edad de 7 u 8 años, cuál era su profesión “Me dijo, hijo, mi profesión es ser bandido”, su reacción fue como la de cualquier otro niño, que no cuestiona las acciones de los mayores.

Ahora agradece que haya cumplido su palabra, cuando en centenares de cartas le decía que nunca le mentiría y que haya mantenido una imagen real, tan cruda como era y se sentía.

“No me sentí orgulloso, pero sí prefiero que mi padre me trate con respeto y me diga la verdad de las cosas y no me salga con que era un vendedor de galletas”.

Así era Pablo Escobar con su hijo, así lo detalla en sus textos Sebastián: “Llevaba una vida normal, entre muchas excentricidades”. Pero siempre conviviendo en familia, amoroso esposo, padre, hijo y hermano.

El recuerdo más fuerte de su padre es su amor a la familia, ése que le daba la certeza de que daría su vida por ellos y que llegado el momento, lo cumplió.

Con una corta sonrisa evoca la papada de Pablo, cuando responde al cuestionamiento de qué era lo que no le gustaba de su padre.

El negocio de la prohibición

Con orgullo, Sebastián Marroquín asegura que su patria ha transformado las secuelas de la guerra en mejoras que nunca imaginó, al interior de las instituciones y de la sociedad.

En plena conciencia de que la guerra sigue en Colombia afirma que a pesar de ello se han podido reinventar con trabajos bien remunerados, que alejan a los ciudadanos de la violencia y la falta de dignidad, conductores fehacientes para buscar refugio en el mundo de las drogas, que siempre le dio la posibilidad a muchas familias de subsistir.

Trabajó durante un año en la investigación de campo y elaboración del libro en el que cuenta las memorias que su padre Pablo Escobar le transmitió, y lo ha traído a México porque siente una similitud en las situaciones de violencia entre ambos países.

“Entiendo que la sociedad mexicana está comenzando a vivir unas historias que tristemente comienzan a parecerse a las que ya atravesamos los colombianos, y creo que están a tiempo de evitar que se agrave la situación, que llegue a los extremos a los que llegó la violencia en Colombia.

“Como sociedad creo que los mexicanos tienen la posibilidad de registrar este ejemplo de nuestra historia colombiana para que no se replique aquí”, dijo.

Ahora México está transitando por un camino muy peligroso y lo está aceptando de a poco, asegura, lo que puede llevar al País a revivir los hechos que vivieron los colombianos.

Considera que el problema del narcotráfico no es exclusivo de mexicanos, de nacionalidades ni culturas. 

Es un contexto más amplio, es la prohibición internacional que pretende, propiciando una guerra perpetua, seguir llevando grandes sumas de dinero a las grandes potencias.

“Sí es el negocio de la prohibición (el culpable de la guerra), si se prohíbe la pizza, vas a tener problemas y guerras por la pizza, no es el producto, sino el acto de prohibición de lo que nos tiene como nos tiene.

“En la medida en que la sociedad no pueda ver con profundidad el problema y cambiar la mirada por el tema, vamos a seguir exactamente igual”.

Sebastián es un conocedor del tema, pero no porque en su vida actual tenga alguna relación con el mundo del narco, sino porque su padre le explicó la naturaleza de las ocho drogas que existían en aquellos años.

Nunca probó las drogas, hasta los 28 años experimentó con la mariguana, sin embargo sabe que existen más de 460 tipos de droga en el mercado y la información publicada por los medios de comunicación e internet, lo documentan de la situación del narco en el mundo.

No ve fin a la guerra que propicia el negocio del narco.

“Desde hace 40 años de manera ininterrumpida venimos viendo cómo desmantelan cárteles, caen capos, otro se va, otro lo capturan y otro se fuga y no pasa nada. La realidad es que la droga sigue llegando a domicilio en todas las casas, en donde las pidan en todas las ciudades del país”.

Advierte que es ineludible verlo como un problema de salud que no se resolverá con balas, que sólo ha conllevado a la pérdida de los valores y a la formación de una cultura de la violencia en los jóvenes.

“¿Cuál solución? Ya acabaron con Pablo Escobar, ya acabaron con el Cartel de Cali, con el del Norte del Valle y ya perdimos la cuenta de cuántos cárteles nos anunciaron que ya habían desmantelado. Todos eran dueños de 80 por ciento del mercado de cocaína y nunca ha faltado un gramo en las calles”.

Sebastián Marroquín apuesta por la legalización de las drogas, que garantiza terminará con la disputa que ha existido por más de 40 años y ha dejado millones de ganancias a los más poderosos.

Joaquín “El Chapo” Guzmán y su padre son personas distintas y prefiere no opinar. Sus historias son en épocas y culturas diferentes.

“Yo creo que hay que mirar un poco más allá y decir ¿cuáles son las leyes que están haciendo que de manera permanente, de manera ininterrumpida siempre surjan personajes como mi padre o como otros?

“No importa si los matan o los capturan, al día siguiente tenemos uno nuevo, entonces la pregunta es ¿cuántos más queremos? Porque si queremos muchos más de ésos, vamos muy bien, con la vía de la prohibición es perfecto, es la vía de la violencia, la vía del acabose, la vía de la aparición del narcoterrorismo”.

Tanto su libro, como el documental “Los pecados de mi padre”, realizado en el 2009, son la antítesis de las nuevas series televisivas, en las que ensalzan al personaje del narco y los convierten en un producto aspiracional.

A pesar de que nunca hablaría mal de los narcotraficantes porque es hijo de uno de los más grandes en la historia, infiere que las pérdidas derivadas de la guerra y las situaciones vividas, lo califican para exhortar a los jóvenes a no seguir las figuras del narcotráfico, a pedir la paz y terminar con la guerra millonaria y la prohibición.