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¿Ciudades seguras?

Quizá hemos perdido la capacidad de asombro, pero lo que está pasando en nuestras urbes con respecto a la seguridad es un secreto a voces.

Para nadie es sorpresa el “lo asaltaron ahí”, “llegaron a mi casa armados”, “lo bajaron del auto”.

No es de nota roja. Es el “pan nuestro de cada día”. Si a eso se suma la incapacidad del Estado de investigar y castigar delincuentes y delitos... Pero todavía más grave es que poco se invierta en la prevención para adelantarnos a lo que es predecible.

Quizá hemos perdido la capacidad de asombro, pero lo que está pasando en nuestras urbes con respecto a la seguridad es un secreto a voces.

Para nadie es sorpresa el “lo asaltaron ahí”, “llegaron a mi casa armados”, “lo bajaron del auto”.

No es de nota roja. Es el “pan nuestro de cada día”. Si a eso se suma la incapacidad del Estado de investigar y castigar delincuentes y delitos… Pero todavía más grave es que poco se invierta en la prevención para adelantarnos a lo que es predecible.

En la desesperación (que es mucha) hoy mucha gente está dispuesta a hacer lo que sea con tal de preservar su seguridad.

Por eso no es fortuito que veamos cada vez más bardas, más cámaras, guaruras o alarmas en los edificios e, incluso, como medida por parte de las autoridades para las calles.

También existen las personas que se organizan para estar “preparadas” ante un delito. Silbatos, cacerolas, programas privados de reacción, botones de pánico en los fraccionamientos… entre otros.

Hay quienes proponen cerrar calles o elevar muros como fronteras entre unos barrios “riesgosos” y otros que supuestamente no lo son.

La seguridad puede medirse de dos formas. Por percepción o por denuncias (a lo que llamaríamos realidad). Está demostrado que una buena percepción de seguridad influye en la realidad, y viceversa.

Por eso, ciudades de primer mundo invierten en luminarias, limpieza, uniformes de policías, modelos de autos, motos o bicis específicos para las patrullas, servicios médicos de calidad para la atención inmediata y un sinfín de detalles que tienen que ver más con cómo nos percibimos en el espacio.

Esa regla se cumple. Creo que ninguno de nosotros se atrevería a estar en la calle a altas horas de la noche en un espacio que huela a basura descompuesta o que careciera de luz.

Es más, si estamos en esos lugares caminamos rápido, pretendemos huir de algún peligro existente o no.

Por eso es vital que dentro de la prevención del delito se atienda la transformación de los espacios públicos, empezando por las calles por las que transitamos.

Lamentablemente, son éstas en donde la gente se percibe en mayor riesgo de inseguridad,  a tal grado que, por ejemplo, hay niños que han dejado de salir a jugar a la calle porque los papás están a la expectativa de que algo negativo pueda suceder.

Es importante exigir la calidad de nuestros espacios para fortalecer, al menos, la percepción de seguridad.

En eso no sólo el gobierno tiene una gran responsabilidad. Nosotros debemos exigir y aportar en la medida de lo posible para que lo que nos hace vincularnos con otros no termine siendo una fractura social que genera mayores problemas entre los habitantes.

Tan sólo veamos en lo que han parado las “plumas” de entrada y salida o las casetas de vigilancia, que después nadie quiere pagar y terminan abandonadas, por mencionar ejemplos.

Entonces, una manera de fortalecer esa percepción, en la que todos salimos ganando, es la cantidad y la calidad que podemos hacer de nuestros espacios en común.

Si tiene al menos lo básico como para sentirnos seguros, lo que sigue puede abrir otras áreas de oportunidad para que realmente así sea.

Estos criterios básicos ya los consideran algunas obras públicas de escala humana en la ciudad. El Barrio Antiguo con Calle Morelos en el centro de Monterrey, o Santa Elena en San Pedro Garza García, son dos proyectos que lo ejemplifican.

La seguridad es tarea de todos, aunque queda claro que es uno de los temas más importantes del futuro de las ciudades.

Porque simple y sencillamente nadie saldría a la calle siendo ésta un riesgo para la vida nuestra y de quienes nos rodean.

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