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Mi vida sin auto y puentes antipeatonales

Al finalizar mi conferencia en la Universidad Metropolitana: 

 

X: Le voy a hacer una pregunta tonta.

 

I: No hay preguntas tontas.

 

Al finalizar mi conferencia en la Universidad Metropolitana: 

 

X: Le voy a hacer una pregunta tonta.

 

I: No hay preguntas tontas.

 

X: ¿por qué no tiene carro? -a propósito que al final de mi semblanza, justo después de mis premios más importantes (que se leen muy mamones -permítame usar esa palabra-), textualmente dice: “cuyo MÉRITO más importante es no tener un auto”.

 

I: porque entonces, ¿cómo encontraría y viviría por experiencia propia las alternativas que estoy buscando para el futuro de la Ciudad? 

 

Espontáneos aplausos de los asistentes me hicieron pensar que vivir sin auto en una ciudad en la que se supone eso es como andar “sin calzones” realmente deja en shock a más de una persona. Puede ser casi un acto heroico para cualquier habitante y más para quienes nos dedicamos al diseño urbano.

 

Aunque tuviera un auto, entiendo lo que mi madre dice: “Nacimos con pies no con llantas”. Pero esa lógica no sobrevivió a los intereses que hace décadas crearon un modelo de Ciudad basado en el automóvil y una trama urbana hecha a medida de transitar esas urbes y no vivirlas. Tanto así que altero las hormonas y las neuronas de más de una persona cuando afirmo no tener un vehículo. 

 

A nivel internacional ese es el debate de la Nueva Agenda Urbana que acordamos en Hábitat III y que preocupa en todo el mundo, ¿Cómo vamos a garantizar la calidad de vida de los habitantes si seguimos creando infraestructura pública que privilegiando uso exclusivo del carro? Es una de las grandes preguntas para hacer las ciudades del futuro.

 

Por eso mismo, habría que volver a plantearnos la visión de cómo queremos hacer esa vida colectiva como esos tránsitos. Que la pregunta debe girar en cómo mover personas no en cómo solucionar el tráfico causado por autos. 

 

Este revuelo lo causo incluso cuando cuestiono la existencia de los puentes peatonales. Otra anécdota: Hace un par de días colgué en mi fan page una imagen que compara los metros de un puente peatonal con los que existen debajo. La reflexión sobre este par de imágenes no invita a la gente a que no use los puentes peatonales (hay que usarlos en lo que nos inventamos un futuro accesible) pero sí a que entendamos que este tipo de infraestructura no es de escala humana y menos incluyente o accesible como deberían ser las calles del futuro. 

 

Porque lo que viene no es subirnos todos arriba de un puente para privilegiar al transporte privado que hoy es un monopolio que genera consecuencias negativas en la salud, la economía y la sociedad, como es el auto.

 

Sino tener calles con cruces seguros que permitan que todos, incluyendo las personas con discapacidad, los niños o los adultos mayores, puedan transitar con menores riesgos. Es decir, darle prioridad a las personas y no a los autos.

 

No obstante, es increíble leer comentarios que hablan de flojera de los transeúntes. Y no, no es flojera de cruzar un puente porque si se puede hacer, obviamente, hay que hacerlo. Es lo qué hay y “ni modo”.

 

Pero eso no significa que debamos conformarnos a un futuro de la urbe enquistada en armatostes que no garantizan esa accesibilidad de los caminos.

 

Necesitamos más comprensión alrededor de lo que significa que mientras tengamos capacidad motriz debemos dar prioridad a otras maneras de movernos mucho más sustentables y darnos a la tarea de alejarnos de ese modelo de Ciudad nocivo en el que tal parece que no no nos damos cuenta que aunque tengamos autos de cualquier forma caminamos.

 

Y que el hecho de colocar un puente está privilegiando el paso de los autos a exceso de velocidad. 

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No somos flojos, somos caminantes y mientras el mundo cambia aceleradamente, deberíamos hacer una apuesta por esos caminos para transitar no sobre puentes, sino sobre la misma calle que nos pertenece. Claro está con nueva infraestructura de obra pública de escala humana que así lo permita. Cuestionarnos de forma crítica y provocadora de soluciones qué tanto le estamos dando prioridad al sublime acto -ahora casi extraterrestre- de caminar y vivir sin auto, algo a la que ya aspiran las nuevas generaciones en el mundo: por gusto o por crisis.

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