Sonoyta: bajo el asedio del narco
En el ejido Desierto de Sonora, la vida se detuvo por el enfrentamiento de grupos del crimen organizado que cruzan droga. Transitar por sus calles, es hacerlo como en un pueblo fantasma.
Ni siquiera las autoridades del municipio o de la policía se animan a entrar en esa comunidad.
Cientos de personas huyeron del lugar desde hace poco más de un mes, cuando se supo que los enfrentamientos entre los delincuentes cobrarían la vida de muchas personas.
Como el fuego, un rumor se extendió a principios de mayo por el pueblo: “tenemos que irnos, antes de que nos maten”.
Imelda Garcíahttps://www.youtube.com/watch?v=4WQD8zAEQr0
En el ejido Desierto de Sonora, la vida se detuvo por el enfrentamiento de grupos del crimen organizado que cruzan droga. Transitar por sus calles, es hacerlo como en un pueblo fantasma.
Ni siquiera las autoridades del municipio o de la policía se animan a entrar en esa comunidad.
Cientos de personas huyeron del lugar desde hace poco más de un mes, cuando se supo que los enfrentamientos entre los delincuentes cobrarían la vida de muchas personas.
Como el fuego, un rumor se extendió a principios de mayo por el pueblo: “tenemos que irnos, antes de que nos maten”.
Por temor, familias enteras dejaron su hogar y sus trabajos en el campo para huir de lo que prometía ser una masacre.
El miedo llevaba varios días incubándose. Las balaceras y desapariciones de hombres en el ejido y en otras comunidades aledañas, ya habían hecho que se prendieran los focos de alerta.
Los desplazados llegaron hasta la pequeña ciudad de Sonoyta, cabecera del municipio General Plutarco Elías Calles, y ahí se refugiaron con familiares o donde pudieron encontrar un techo.
El día tan temido llegó: una balacera de grandes proporciones sacudió una parte del ejido.
Hubo varios muertos. Su olor aún está impregnado en las camionetas en que viajaban quienes participaron en los enfrentamientos y no salieron con vida.
Aún ahora, más de un mes después de que salieron de sus hogares, muchos continúan fuera de sus casas, esperando el momento de regresar en paz.
El cruce de caminos
Sonoyta es una pequeña comunidad que sirve como cruce de caminos para internarse en Sonora, desde el norte; cruzar a Estados Unidos; avanzar hacia Puerto Peñasco, el destino favorito de muchos estadounidenses de la frontera sur; y continuar hacia el noroeste del país, hacia Mexicali y Tijuana.
Yendo de sur a norte, Sonoyta es el último poblado antes de entrar a la reserva de la biosfera El Pinacate y al Gran Desierto de Altar. Alrededor de ella no hay nada más que desierto.
Se trata de una pequeña ciudad de apenas 13 mil habitantes, donde solo hay un semáforo y operan solo 33 policías municipales, incapaces de enfrentarse al crimen organizado.
Cerca de esa localidad se encuentran varios ejidos en la zona rural, donde se siembra alfalfa, legumbres y otros cultivos que dan empleo e ingresos a las familias de la zona.
La mayor parte de la población que vive en los ejidos vecinos, como el Desierto de Sonora, La Nariz, López Mateos, Valdez, División del Norte, la Colonia Reforma y otros, son principalmente jornaleros que trabajan en los cultivos de la zona.
El ejido Desierto de Sonora se ubica apenas a tres kilómetros de la frontera con Estados Unidos.
El municipio de General Plutarco Elías Calles tiene más de 100 kilómetros de frontera con el vecino país del norte. Y en muchos puntos es altamente permeable.
Por ahí, por la zona rural de Sonoyta, desde hace varios años los grupos de delincuencia organizada han aprovechado la cercanía con el vecino país del norte para traficar con droga, armas y personas.
Por caminos y veredas que han improvisado en medio del desierto, un terreno agreste por la vegetación y la presencia de animales nocivos, los delincuentes cruzan con camionetas todoterreno cargas de mariguana y otros estupefacientes, como la heroína, hacia Estados Unidos.
De regreso, traen armas y parque para tener con qué enfrentarse a sus enemigos o para traficarlos en el mercado negro de México.
En esa zona operan células del cártel de Sinaloa, que durante décadas han aprovechado el desierto para pasar con su mercancía ilegal. Hoy se enfrentan en una lucha a muerte con el cártel del Pacífico.
El hecho era bien conocido por todos los habitantes de los ejidos. Los grupos delincuenciales reclutan a los jóvenes que quieren trabajar para ellos, así que su presencia es visible en las comunidades.
Se identifican por circular en grandes camionetas con las luces tapadas con cartón para no ser detectadas en la noche. Se pasean por los pueblos con armas en las manos y sus festejos son tirando balazos al aire.
Por si fuera poco, los delincuentes utilizan uniformes militares con camuflaje para pasar desapercibidos en el desierto. Esos son “los malos”, como les llaman en los ejidos.
Todo esto era ya parte de la cotidianidad de la zona. Ocurría a pesar de que a seis kilómetros se encuentra una Guarnición Militar perteneciente a la 45 Zona Militar.
El principio del fin
“LLos memos”, liderados por Adelmo (o Guillermo) Niebla, a quien se le conoce como “El señor” y trabajaba para uno de los operadores de Ismael “El mayo” Zambada hasta antes de conformar su propia banda, aterrorizó el pueblo.
En el 2008, ya pasaba cargamentos de droga hacia Estados Unidos, pero ahora para el cártel de Sinaloa, cuyo líder era Joaquín “El chapo” Guzmán, y de quien llegó a ser uno de sus más cercanos operadores.
En septiembre del 2012, “El señor” fue aprehendido por la Policía Federal en Culiacán, Sinaloa. Dos años más tarde, en mayo del 2014, él y otros dos operadores de “El chapo” se fugaron del Penal de Aguaruto, en Culiacán.
Según reportes de las autoridades, Niebla está al servicio del cártel del Pacífico.
El otro bando en disputa es el de “Los Salazar”, comandado por Jesús Alfredo y Adán Salazar Ramírez, hijos de Adán Salazar Zamorano, fundador de la banda y quien tenía trato directo “El chapo” Guzmán y su cártel de Sinaloa.
Salazar Zamorano fue detenido en el 2011 y, desde entonces, las operaciones de trasiego de droga en la región norte de Sonora están a cargo de sus hijos.
Ahora, la pelea es por el control del paso fronterizo de Sonora, donde todos los habitantes dicen que es una “tierra de nadie” por la falta de vigilancia de las autoridades.
A principios de mayo, los enfrentamientos entre “Los memos” y “Los Salazar” se volvieron más cruentos y comenzaron a afectar a la población civil.
El primer gran enfrentamiento ocurrió en el ejido La Nariz, a 50 kilómetros al este de Sonoyta. Hubo ahí seis muertos y varios autos calcinados.
En el depósito de vehículos de Sonoyta, aún se ven las huellas del enfrentamiento.
Una decena de camionetas de lujo, llenas de hoyos por los tiros que recibieron, y manchadas de sangre en su interior están “estacionadas” en el corralón.
En ese depósito, los dueños ya piensan en construir una barda alrededor para evitar que los delincuentes saquen lo que queda de las camionetas.
Cuando eso pasó en La Nariz, llegó el rumor al ejido Desierto de Sonora de que tenían que irse porque venía un enfrentamiento muy grande. Y como aquellas balaceras no se veían por la zona, huyeron asustados.
Aunque al volver, algunos se encontraron con sus casas lastimadas por las balas. Otros, de plano, decidieron quedarse donde están.
Tres días después del enfrentamiento en La Nariz, la violencia llegó al ejido Desierto de Sonora. Durante varias horas se registró un enfrentamiento en el que murieron dos personas.
Sin embargo, no son los únicos muertos.
Los pobladores cuentan que hay desaparecidos en varias comunidades rurales de la zona. Se presume que fueron “levantados” por comandos armados.
No hay esperanza de que vuelvan: “A esos los mataron y los echaron por allá en el desierto, para que se los coman los coyotes”, dicen en el pueblo.
Lo dicen bajito, para que nadie los escuche acusar a quienes forman parte de alguna de las dos bandas.
Las autoridades han encontrado cuerpos en zonas apartadas del “monte” como se llama al desierto que rodea a la zona.
A raíz de esos enfrentamientos, la Policía Federal y el Ejército han reforzado su presencia en la zona. Aunque no ha servido mucho para calmar los enfrentamientos entre esos dos grupos armados en las zonas más alejadas de la cabecera municipal.
¿Ya todo está en paz?
La recomendación antes de llegar a Sonoyta es clara: se debe avisar a la presidencia municipal para que brinde protección y se pueda entrar a la zona de conflicto.
En la alcaldía, sin embargo, ya se tiene prohibido hablar del tema.
Julio César Ramírez Vázquez, el alcalde, decidió ya no seguir con las denuncias porque ha sido amenazado.
Fue él quien, al principio del conflicto, denunció lo que pasaba en la zona rural de su municipio y pidió apoyo a las fuerzas federales.
Por eso, su cabeza ya tiene precio si continúa hablando del tema.
De la protección para entrar a la zona de conflicto, ni hablar. Un empleado del municipio afirmó que no podía llevar a Reporte Índigo hasta el ejido Desierto de Sonora porque ya pende sobre ellos una amenaza.
“Ya nos conocen a nosotros y reconocen nuestros carros. Si vamos hasta allá, nos ponemos en peligro (…) Pero ya todo está en paz, ya volvió todo a la normalidad, ya pueden ir con calma”, justificó.
Se limitó solo a avisar a los mandos militares sobre la presencia de periodistas en la zona de conflicto.
Explicó que es uno de los grupos criminales, el de “Los Salazar” quien tiene amenazado al presidente municipal porque lo acusa de proteger al otro grupo, a “Los memos”.
“Pero eso es totalmente falso, ya por eso mejor ni se mete”, comentó el empleado del Ayuntamiento.
Al ejido Desierto de Sonora se llega a través de una carretera estrecha con un carril de ida y uno de regreso.
Al entrar en la comunidad, lo primero que se percibe son sus calles vacías bajo un intenso calor de más de 40 grados.
Pero no es el calor lo que mantiene alejada a la gente de sus calles.
“¿Señor, por dónde llegamos a donde fue la balacera?”, se le preguntó a uno de los habitantes del ejido.
“¿Cuál balacera? ¿La del muerto de ayer?”, respondió el hombre, confirmando que los enfrentamientos siguen en la zona.
Al llegar, lo primero que se ve es la casa de Dionisia Galaviz, una mujer que se fue a Sonoyta con sus cuatro hijos antes de que ocurriera la balacera.
Cuando volvió encontró su vivienda con muchos agujeros de bala, algunos de grueso calibre que incluso traspasaron sus paredes.
La alacena de su cocina quedó con dos perforaciones y hasta un cuadro que tenía de la Virgen de Guadalupe fue lastimado.
Aun así, Dionisia dice no tener miedo a que sigan los enfrentamientos o que algo pueda pasarle a los suyos.