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Los muertos no muertos

Auschwitz rememora una época negra de la historia moderna, fueron más de 40 kilómetros cuadrados de prisión con crematorios y cámaras de gas…, luego hubo un Auschwitz II con cuatro nuevas cámaras de gas y cuatro crematorios en los que diariamente se incineraban hasta 8 mil humanos.

“Hacia el final de la guerra en el verano de 1944, tres años después del sacrificio de Raymundo –narra Javier Sicilia en su excelente obra El fondo de la noche- el número de víctimas diarias se incremento a 24 mil”. ¿Pero quién es ese Raymundo de quien habla el poeta?

Auschwitz rememora una época negra de la historia moderna, fueron más de 40 kilómetros cuadrados de prisión con crematorios y cámaras de gas…, luego hubo un Auschwitz II con cuatro nuevas cámaras de gas y cuatro crematorios en los que diariamente se incineraban hasta 8 mil humanos.

“Hacia el final de la guerra en el verano de 1944, tres años después del sacrificio de Raymundo –narra Javier Sicilia en su excelente obra El fondo de la noche- el número de víctimas diarias se incremento a 24 mil”. ¿Pero quién es ese Raymundo de quien habla el poeta?

Se trata de Rajmund Kolbe, nacido en Zdunska Wola, Polonia, el 8 de enero de 1894; franciscano, dedicado al periodismo católico, es arrestado por la Gestapo en 1941. Encarcelado en Auschwitz donde se ofreció para morir, tres años después, en lugar de un compatriota polaco casado y padre de familia, que había sido condenado al búnker del hambre.

Palabras más palabras menos, así lo narra Sicilia: “Her Kommandant –dijo Kolbe, rompiendo la inmovilidad del vacío y llevando la manga sucia y deslavada de su pijama a los labios para toser- quiero proponerle algo… morir en lugar de ese prisionero”, dijo Kolbe señalando a Francieszek Gajowniczek… “Sabe her Komanndant?: yo no tengo mujer ni hijos, además ya no soy joven y estoy enfermo. En cambio este hombre está fuerte, en mejores condiciones para laborar”.

El fin de un sexenio que algunos han llamado el sexenio de la muerte, la reciente promulgación de una ley de víctimas, la excelente obra de Sicilia que me obsequió en la Navidad mi amigo Carlos Herrero, y el reciente aniversario de la muerte de Maximiliano Kolbe, me obligan, amigo lector, a compartir con usted estas reflexiones.

Yo no voy a decir que la estrategia de Calderón en la lucha contra el narcotráfico fue un fracaso, como lo declaró hace poco la Secretaria Adjunta para asuntos del Hemisferio Occidental de Estados Unidos, Roberta S. Jacobson, pero tampoco puedo decir que con la cifra de muertos que hubo durante su sexenio, fue un éxito. En todo escenario de este tipo de muertes suele haber un ejecutor, Her Komanndant,  que en este caso era un Alemán, un beneficiado, en este caso Francieszek Gajowniczek, el padre de familia por quien Kolbe dio la vida, y un muerto, Maximiliano Kolbe, que se inmoló por una causa mayor, alcanzando más vida. 

La vida –aun sin negar la muerte- siempre dará vida, es una experiencia milenaria, no fácil de entender, no fácil de explicar. Pero sin un Kolbe no habría un Gajowniczek y una historia tan fascinante como lúcida y sin un Francisco Javier Sicilia no había un movimiento social importante que pretende adueñarse del presente y decidir el destino de la nación. 

Nadie quiere la muerte. Estamos diseñados para vivir. El dolor nos incomoda.

¿Dónde están esos 60 mil mexicanos muertos en el sexenio que termina a los que ningún memorial puede contener?  Esos 60 mil mexicanos que no pudieron, solo aparentemente, votar en las elecciones pasadas. Son 60 mil cruces, 60 mil rosas, 60 mil lágrimas que harán sin duda más bella, más limpia, más viva y más fértil –!qué duda cabe!- esta bendita tierra mexicana. Una canción, un verso, una mirada al cielo, un cambio, una oración porque no se han ido, ahí están, detrás del arcoíris, algún día los veremos como decía un coro infantil que cantaba hace días a los a los 26 muertos en Sandy hook Elementary School en Connecticut.  Nadie muere en vano.

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