Ni tan indiferente

Dicen que lo que más "duele" es la indiferencia. Independientemente del “tipo” de lazo afectivo que tengamos con terceros, sea de amistad, noviazgo o familiar, por ejemplo, sentir por un momento que hemos pasado desapercibidos –o, coloquialmente hablando, que “no nos pelan”– no es una sensación grata.

Ante el poder que ejerce sobre nosotros la indiferencia de los demás, sentimos rechazo, que nos han “olvidado” o que no están del todo interesados en nosotros. Nos sentimos alienados.

"La exclusión social aplasta al autoestima, porque indica que hiciste algo mal. Te sientes impotente: hagas lo que hagas, te encontrarás con el silencio”
Kippling D. WilliamsDoctor en psicología social

Dicen que lo que más “duele” es la indiferencia. Independientemente del “tipo” de lazo afectivo que tengamos con terceros, sea de amistad, noviazgo o familiar, por ejemplo, sentir por un momento que hemos pasado desapercibidos –o, coloquialmente hablando, que “no nos pelan”– no es una sensación grata.

Ante el poder que ejerce sobre nosotros la indiferencia de los demás, sentimos rechazo, que nos han “olvidado” o que no están del todo interesados en nosotros. Nos sentimos alienados.

Y nos “cala”. Curiosamente, es en este momento de “hostilidad emocional” cuando más necesidad sentimos de “recuperar” la atención de aquel que nos ha ignorado, de reestablecer la conexión y calmar la impotencia que surge ante el sentimiento de que “no somos tomados en cuenta”.

Todas estas sensaciones bien podrían ser síntomas de exclusión social, que nos aquejan cuando nuestra necesidad de conectar con otros seres humanos no se ve satisfecha.

Y es que la conexión social es fundamental para la supervivencia de los seres humanos, según señala un estudio de investigadores de la Universidad de Purdue, Universidad Nacional de Mar de Plata y Universidad de Ohio, publicado en Psychological Science.

De ahí que, según los investigadores, “los seres humanos han  desarrollado sistemas para detectar las señales mínimas de inclusión o exclusión”.

Un claro ejemplo de señal de inclusión social es el contacto visual, que actúa como imán para sentirnos inmediatamente conectados con el otro y que establece un clima de confianza que invita a una conversación de apertura. 

Pero cuando se evita el contacto visual, la ”lectura” inmediata que hacemos de esta evasiva es la de exclusión, la de rechazo social, incluso de sospecha. Nos sentimos incómodos e invisibles a los ojos del otro.

A decir de investigadores del estudio, existen “datos experimentales que confirman que (…) una falta de contacto visual da señales de ostracismo” o de ausencia de inclusión; en breve, que estamos siendo ignorados.

“La exclusion social aplasta al autoestima, porque indica que hiciste algo mal. Te sientes impotente: hagas lo que hagas, te encontrarás con el silencio. Te sientes invisible, irrelevante y, estudios demuestran, con dolor”, escribe Kippling D. Williams, doctor en psicología social de la Universidad de Purdue (otro de los investigadores del estudio), en una edición de la revista científica Scientific American.

Pero aunque la lógica nos llevaría a pensar a que este “sentimiento” de exclusión emanado de una falta de contacto visual surge únicamente con seres queridos con quienes realmente compartimos un vínculo afectivo, el estudio demuestra que incluso también nos afecta la indiferencia de extraños.

De hecho, “incluso breves y aparentemente inocentes episodios de ostracismo son dolorosos y angustiantes, y amenazan las necesidades psicológicas”, dice Williams en su revisión de investigación empírica y cualitativa sobre la teoría de ostracismo, titulada “Ostracism: The Impact of Being Rendered Meaningless”.

Y “tal vez porque las personas son particularmente sensibles a signos mínimos de ostracismo, por lo general son capaces de ajustar su comportamiento interpersonal con el fin de ser incluidos nuevamente en el grupo o ser atractivos para otros grupos”, explica el especialista.

Esto  podría explicar por qué la indiferencia de los demás nos puede llegar a afectar tanto, al grado de despertar en nosotros la necesidad de “reafirmar” el interés que el otro tiene en nuestra persona y “traer de vuelta” vínculos afectivos que sentimos frágiles o perdidos y que amenazan nuestro bienestar emocional.

En esta misma revisión, Williams cita uno de sus estudios cuya investigación fue basada en un método de diario, que indica que las personas experimentan cerca de un episodio de ostracismo al día.

Miradas que aíslan

Como parte del estudio publicado en Psychological Science, un experimentador y su asistente salieron a las calles para seguir a un grupo de transeúntes, que fueron agrupados en tres condiciones experimentales distintas.

La condición de mirada “al aire”, en la que el transeúnte, en lugar de recibir contacto visual por parte del asistente, fue visto a nivel del ojo, pero más allá de la oreja y con una expresión facial neutral; la segunda condición consistió en un contacto visual entre transeúnte y asistente; y, por último, la misma condición de reconocimiento anterior, pero ahora con sonrisa incluida.

La dinámica fue la siguiente: tras cada uno de estos “encuentros” con los transeúntes, el asistente llevaba la mano atrás de la espalda para indicar con el pulgar al experimentador –quien los seguía a varios metros de distancia– de que era tiempo de abordar a cada caminante, para realizarle dos preguntas: “dentro del último minuto, ¿qué tan desconectado te sientes de los otros?”; y “dentro del último minuto, ¿has experimentado reconocimiento por un extraño?”

En el caso de la primera pregunta, las respuestas oscilaban en una escala del 1 (“en absoluto”) al 5 (“mucho”).

Se encontró que aquellos transeúntes que fueron reconocidos por el asistente por medio de contacto visual, con y sin sonrisa, reportaron sentirse menos desconectados que quienes recibieron una mirada “al aire”, sin contacto visual; es decir, quienes  pasaron desapercibidos.

Y es que “a pesar de la aparente trivialidad de algunos de estos episodios (ser ignorado por el compañero de asiento en un autobús, por ejemplo), la investigación demuestra que (incluso) ser ignorado por un elevadorista causa una caída momentánea en el estado de ánimo”, señala Williams.

Aunque los resultados contribuyen a ampliar la literatura que al día de hoy existe con respecto a las “señales mínimas que transmiten inclusión”, dicen investigadores, “es importante aclarar que la falta de reconocimiento puede ser más dolorosa en algunos lugares (ej. pequeñas ciudades) y normativos y preferidos en otros (ej. grandes ciudades)”.

Investigadores aclaran que con los resultados no quieren imponer la idea de que todos los seres humanos recibirán “con los brazos abiertos” todo contacto que venga de un extraño.

Si analizamos ciertas situaciones cotidianas, las miradas fijas de extraños pueden intimidar e incluso a percibirse rudas o considerarse de mala educación, aunque no necesariamente sean mal intencionadas.

Los investigadores concluyen que “(…) al menos en algunos contextos, la atención civil puede ayudar a mantener un sentido de conexión social”.

A pesar de considerarnos autosuficientes, necesitamos sentirnos “tomados en cuenta”, incluso a veces hasta por un extraño.

La ‘vida útil’ del ostracismo

La teoría de Kippling D. Williams, dada a conocer a fines de los 90 y cuya última revisión fue en el 2009, indica que la experiencia negativa de ostracismo ocurre en la siguiente secuencia temporal:

1. Detectamos rápidamente, aunque con crudeza, cualquier indicio de ostracismo

2. Sin importar qué tan irracional pueda llegar a ser esta experiencia, nuestras primeras reacciones serán sentimientos de dolor y amenaza a los deseos de pertenencia, autoestima, control y de una existencia con sentido

3. Lo anterior da paso a una reflexión y evaluación del episodio experimentado para determinar su importancia y precisión

4. Intentamos enfrentar el dolor y la amenaza, ya sea restando importancia al episodio de ostracismo o involucrándonos en pensamientos y en comportamientos que eleven los deseos mencionados en el paso número dos

5. En caso de que el ostracismo persista, interiorizamos la situación y la aceptamos de forma pasiva, lo que trae consigo sentimientos de alienación, depresión, impotencia y falta de valor 

La ‘cruda realidad’ del ostracismo

En su artículo “The Pain of Exclusión”, publicado en una edición de 2011 en Scientific American, Williams menciona tres hechos que describen “la agonía del ostracismo”:

1. Incluso breves episodios de ostracismo que involucran extraños o personas que no sean de nuestro agrado, activan las regiones del cerebro asociadas con el dolor, incitan tristeza e ira, aumentan estrés, disminuyen el autoestima y nos privan de una sensación de control

2. Todos sentimos el dolor de ostracismo casi por igual, sin importar qué tan fuertes o sensibles seamos. Sin embargo, los rasgos de la personalidad sí influyen en qué tan bien podamos manejar la situación

3. La detección rápida de ostracismo aumenta la probabilidad de que un individuo responda de cierta manera que le permita permanecer en un grupo y, literal o figurativamente, sobrevivir a la terrible experiencia

Más de la teoría de ostracismo

bit.ly/ostracismtheory

¿Qué tanto nos ‘cala’ la exclusión social? (PDF)

bit.ly/laexclusionduele

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