Enrique Ortiz relata la guerra en el imperio mexica
Una confederación de pueblos rebeldes le hace frente a la Triple Alianza, dirigida por el huey tlahtoani Ahuízotl, mientras un joven busca cambiar su destino. De este modo, el escritor Enrique Ortiz se adentra en un mundo desconocido para el mexicano lleno de mucha acción
José Pablo EspíndolaLa curiosidad por la historia de México, sobre todo por la mesoamericana, Enrique Ortiz la tiene desde hace más de 10 o 15 años. Le atrajo escribir sobre la guerra y la vida cotidiana de las antiguas culturas, un tanto por las lecturas que hacía de Arturo Pérez-Reverte, en España, y Simon Scarrow, en Inglaterra, quienes escribieron sobre personas comunes y corrientes que se enfrentan a cuestiones extraordinarias, de personas que les toca ir a la batalla, como centauros romanos o militares que pelean en el ejército de Napoleón.
Buscando en México este tipo de crónicas, en las cuales se puedan encontrar esos detalles, no halló prácticamente nada, sólo las crónicas y las historias “de toda la vida de la Conquista”.
“Tenemos Azteca, de Gary Jennings, que ya tiene algunas décadas que se escribió y por parte de un norteamericano; también tenemos las crónicas de los mismos hombres famosos de la época prehispánica, Nezahualcóyotl y Moctezuma”, dice Enrique Ortiz, quien al ver ese panorama decide escribir Las águilas de Tenochtitlán, novela que busca proporcionarle detalles al lector de cómo era la vida y la guerra en aquella época.
La historia de la novela se encuentra en el año de 1487, muchos años antes de la llegada de Hernán Cortés. Quien está gobernando Tenochtitlan en aquel año es el padre de Cuauhtémoc, quien llevaba por nombre Ahuízotl.
La historia de Las águilas de Tenochtitlán está situada en una campaña militar que se sabe que sí sucedió. En una rebelión de tres ciudades chontales ubicadas en la tierra caliente del actual estado de Guerrero (Teloloapan, Oztomán y Alahuiztlán) ante el dominio mexica de la Triple Alianza, por lo que deciden no pagar tributo y cerrar sus caminos para el comercio.
Cuando coronan al tlahtoani, al “Gran orador de Tenochtitlán”, Ahuízotl, en 1486, todos los tributarios tenían que ir a rendir pleitesía, a refrendar su cooperación; sin embargo, los gobernantes de las ciudades rebeldes deciden no ir, y eso, en aquellos tiempos, era una declaración de guerra.
“De inmediato, los jerarcas de la Triple Alianza, que eran Texcoco, Tacuba y Tenochtitlan, reúnen a sus ejércitos, que eran contrario a lo que nosotros como mexicanos nos imaginamos, de unos cientos de hombres, casi muy raquíticos, reúnen ejércitos de 20 o 30 mil hombres de la zona más poblada de lo que actualmente es la cuenca de México, y deciden ir a subyugar una guerra total, a sangre y fuego esta rebelión”, explica el autor.
En medio de toda esta situación bélica, que también podría definirse como épica, hay un joven de 18 años que se llama Ce Océlotl, quien nace con un mal presagio de los dioses y tiene que cambiar su destino enfrentándose a él con cierta necedad.
“Él se ve involucrado en esta primera campaña militar como un novato, prácticamente como el auxiliar de un gran guerrero y, en medio de todas esas vicisitudes, el jovencito va a la guerra con sus vecinos del barrio —eso es muy bonito—, con el carpintero, con el agricultor, y se enfrenta a la muerte y a la guerra”, cuenta el autor sobre su novela.
La guerra para ellos y para Enrique Ortiz
Cuando la gente comienza a leer la novela se puede dar cuenta de que en aquel entonces existían muchos rituales, ya que la religión estaba muy involucrada en lo que era la guerra.
“En el primer capítulo viene, por ejemplo, todo un ritual en el cual los antiguos mexicas llevaban un tributo a sus enemigos, les daban comida, flechas y escudos, y les decían ‘es que queremos que peleen y que no sean derrotados por hambre, sino que peleen al 100 por ciento’, por eso les llevaban armas y comida”, dice Enrique Ortiz.
Además, al tlahtoani enemigo se le pintaba el cuerpo para la guerra y se le colocaban atuendos y tocados para prepararlo como guerrero, lo cual muestra una visión más compleja de lo que puede entender una persona occidental del siglo XXI.
Otro de los rituales que tenían es que cuando los niños mexicas nacían se les cortaba su cordón umbilical y con réplicas miniaturas de las armas se enterraban en un campo de batalla; esto es algo que se ve en los primeros capítulos del libro, cuando el personaje principal nace y sus primos y hermanos tienen que realizarlo.
“Cada que nacía un niño en el mundo mesoamericano llegaba un adivino y de acuerdo a la hora, la fecha y otras cuestiones del azar, se definía su futuro, el destino del niño que había nacido, y podía ser desde un borracho, hasta un gran guerrero, un gran hechicero o una persona que iba a hacer fortuna en la vida y a nuestro personaje le tocan dos destinos adversos”, explica Enrique.
El primero es que va a morir sacrificado o en guerra, lo que para la época era un gran honor. El otro es que será un borracho, un hombre sin oficio ni pena ni gloria, por lo que Ce Océlotl tiene que cargar con este augurio.
“Desde que tiene conciencia trata de cambiarlo por todos los medios, es la voluntad humana en contra del destino divino, entonces, también vamos a encontrar un poco de esto”, dice el autor.
Dentro de la novela, Ce Océlotl se ve involucrado en una conspiración de muy alto nivel, en la cual se quiere cambiar el resultado de la guerra, desestabilizar a Tenochtitlan y a la Triple Alianza y de cierta forma, incluso, buscar la muerte del huey tlahtoani.
“Él trata de frenar por todos los medios esa conspiración, pero también desde un punto de vista muy humano, o sea, desde el punto de vista de un mortal, aquí al héroe lo hieren, tiene sus dudas, aquí el héroe no es como un Superman, no es como un hombre de la mente de Homero, sino es un joven que tiene muchos miedos y se enfrenta a situaciones adversas”, platica Enrique.
Las águilas de Tenochtitlán explora un mundo que para el mexicano es casi desconocido, ya que se ha escrito casi nada sobre la vida cotidiana y la guerra de las antiguas culturas sin injerencia europea.
Esta es una novela con mucha acción trepidante, por lo que Enrique Ortiz tiene la intención de hacer una saga.
“Ahorita nuestro personaje principal visita la zona de lo que actualmente es Guerrero, pero puede dar para muchos libros, porque luego lo mandamos a los valles centrales de Oaxaca a conocer las culturas mixtecas y zapotecas; y luego lo mandamos al valle de Tlaxcala a pelear las guerras floridas; y después al lejano norte a conocer a los chichimecas, a los gachichiles, grupos tan salvajes, violentos, que eran nómadas y andaban desnudos casando por el desierto, entonces, da para mucho”, asegura el escritor.
Entre lo real y lo fantástico
Esta historia, como en toda buena novela, tiene una parte de ficción y una histórica. Esta segunda está basada en La historia verdadera de la conquista de la Nueva España, de Bernal Díaz del Castillo; en cuanto a los aditamentos, la comida, y la vestimenta, en la obra de fray Bernardino de Sahagún, Historia general de las cosas de la Nueva España; para la cuestión militar tomó de base Guerra Azteca, de Ross Hassig; entre otros cronistas de la nobleza indígena.
Y donde el autor utilizó su imaginación fue para saber cómo eran las campañas militares, cómo eran los campamentos militares, si se hacían en casas, dormían en la intemperie o había estructuras de pencas y de ramas, o si incuso usaban telas.