La muerte del dinero
El dinero en efectivo ciertamente ofrece beneficios - de lo contrario su uso no hubiese perdurado durante los últimos 4 mil años.
Pero, a diferencia de lo que sugiere el axioma financiero, en estos días el efectivo no manda. Su uso es costoso, riesgoso, sucio y cada vez menos atractivo ante un entorno regulatorio y tecnológico que vuelve más fácil que nunca su eliminación.
El uso del efectivo ha sido desplazado paulatinamente por otros modos de pago como las tarjetas de débito y crédito, los pagos móviles y en línea, y las divisas digitales como Bitcoin.
Rolando Hinojosa
El dinero en efectivo ciertamente ofrece beneficios – de lo contrario su uso no hubiese perdurado durante los últimos 4 mil años.
Pero, a diferencia de lo que sugiere el axioma financiero, en estos días el efectivo no manda. Su uso es costoso, riesgoso, sucio y cada vez menos atractivo ante un entorno regulatorio y tecnológico que vuelve más fácil que nunca su eliminación.
El uso del efectivo ha sido desplazado paulatinamente por otros modos de pago como las tarjetas de débito y crédito, los pagos móviles y en línea, y las divisas digitales como Bitcoin.
Estas alternativas tienen sus propios problemas, pero atienden efectivamente algunas de las desventajas más notorias de las monedas físicas.
Tanto el sector privado como el público está buscando aprovechar y adelantarse a esta tendencia.
Cientos de empresas han creado diferentes monedas digitales en los últimos años, sin mencionar herramientas de hardware y software para facilitar los pagos a través de la comunicación móvil.
Por otro lado, los bancos centrales de China, Reino Unido, Canadá, Ecuador, y Filipinas han reportado estar considerando emitir sus propias divisas digitales, además de analizar cómo funcionaría la política monetaria de forma efectiva en un mundo sin dinero tradicional.
Pero aún sin cambios gigantescos, la posibilidad de una sociedad libre de efectivo ya abandonó el territorio de la ciencia ficción.
En México el 53 por ciento de los pagos de los consumidores se realizan sin efectivo, según investigaciones de MasterCard Advisors, y en Estados Unidos sólo alrededor de un tercio de las transacciones se realizan usando pagos físicos, según reporta un estudio realizado por la Escuela de Negocios de la Universidad de Harvard.
Política sin billetes
La desaparición del efectivo no sólo tendría implicaciones para los comerciantes y consumidores, sino también para la política económica tanto en el ámbito fiscal como en el monetario.
La universalización de los pagos electrónicos volvería mucho más fácil el rastreo de las transacciones, dificultando el lavado de dinero y la evasión fiscal.
Sin embargo, esto también podría prestarse para violaciones de privacidad y abusos de poder.
Por otro lado, la creación de monedas digitales respaldadas por los bancos centrales del mundo podría dar unidad y orden al fragmentado mercado de procesamiento de pagos electrónicos, y podría resolver uno de los principales problemas que enfrentan las políticas de estímulo monetario no-convencional alrededor del mundo: la barrera del 0 por ciento y el impulso hacia el efectivo.
Con tal de revivir el crecimiento en sus economías, cada vez más bancos centrales han empujado parte de sus tasas de interés por debajo del 0 por ciento hacia territorio negativo.
Sin embargo, estas tasas negativas aún no se transmiten hacia los consumidores debido a que se teme que prefieran simplemente liquidar sus depósitos bancarios y vivir almacenando y portando efectivo.
Andrew Haldane, economista en jefe del Banco de Inglaterra, se encuentra entre quienes considera que la transición hacia una moneda digital oficial “permitiría la aplicación fácil y veloz de tasas de interés negativas sobre el dinero”, al mismo tiempo que “preservaría la convención social de una unidad contable y medio de intercambio emitido por el Estado”.
Divisas en desventaja
De entrada, la fabricación de efectivo representa un costo para los gobiernos. La creación de dinero representa un costo anual de casi 2 mil millones de pesos para el Banco de México, y la Reserva Federal, su homólogo estadounidense, estima que la manufactura de divisas le costará 737.4 millones de dólares tan solo en este año.
A estos costos directos se agregan los que resultan de las actividades que el uso del efectivo facilita: la evasión de impuestos y el lavado de dinero. La pérdida de cientos de miles de millones de dólares en ingresos fiscales puede atarse directamente al uso del efectivo.
A estos se agrega el que el transporte y almacenamiento de dinero físico impone costos y riesgos operativos para los bancos, las empresas y los consumidores. Tan sólo en Norteamérica, los vendedores minoristas pierden decenas de miles de millones de dólares cada año debido al robo de efectivo.
Para los consumidores el uso amplio de efectivo incluso representa un peligro: los ladrones tienden a escoger la locación de sus asaltos en base a la proximidad con lugares donde abunde el efectivo, según una investigación realizada por el Instituto para el Estudio del Crimen y el Cumplimiento de la Ley de Países Bajos.
Todo esto sin mencionar que el portar dinero una práctica literalmente sucia: un estudio de la Universidad de Nueva York reveló que cada billete alberga alrededor de 3 mil tipos de bacterias en su superficie.
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